Plomo en la Mesa Familiar. El Riesgo Silencioso de Armar al Pueblo

La violencia nunca es neutra. Siempre deja una estela más violenta detrás. Un arma en una casa de familia no es protección, es una invitación al desastre.

 

Por Jesús Marcelo Delise [email protected]

Un arma en el seno de una familia es tentar a la suerte, o peor aún, a la muerte misma, es confundir la falsa hombría con la valentía, y convertir un acto impulsivo en una tragedia irreversible.

Países como Estados Unidos, donde la tenencia de armas es libre, cuentan una historia que no tiene nada que ver con la defensa personal. Jóvenes que ingresan a escuelas y sin dominio ni conciencia, disparan contra todo lo que encuentran. Hombres que entran a cines, confundiendo la fantasía del héroe enmascarado con su propia locura, y matan a quienes fueron a ver una película. La tragedia se vuelve rutina.

 

James Holmes mató a 12 personas e hirió a otras 70 durante la proyección de una película de Batman en 2012. Un jurado lo condenó a cadena perpetua. LAS FOTOS PUEDEN HERIR SU SENSIBILIDAD

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James Holmes, de 24 años de edad, irrumpió en un cine de Denver, Colorado, cuando se estrenaba la película de Batman «The Dark Knight Rises» (El Caballero Oscuro) y disparó indiscriminadamente. En el tiroteo que ocurrió el 20 de julio de 2012 en la función de trasnoche, murieron 12 personas y otras 70 resultaron heridas.

En medio de la proyección, Holmes vestido de negro, con chaleco antibalas, casco y máscara, abrió la puerta de emergencia de la sala y lanzó una bomba de humo.

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En el público desorientado, algunos espectadores pensaron que la intervención de Holmes formaba parte del show. El asesino empezó entonces disparar a la multitud.
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En agosto de 2015, un jurado popular lo condenó a cadena perpetua sin posibilidad de pedir libertad condicional, pese a que el joven se declaró inocente por padecer problemas mentales.

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De las 12 víctimas fatales, 10 murieron en el acto, mientras que las restantes fallecieron en el hospital o en el camino. El ataque fue uno de los más sangrientos registrados en los últimos años en los Estados Unidos.
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Después del ataque, las autoridades evacuaron el lugar por temor a que hubiera otras explosiones. Allí encontraron una pistola. Holmes llevaba además consigo un rifle y un revólver.

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En el momento de la matanza, el acusado se identificó como el Joker, el enemigo de Batman, el hombre murciélago, uno de los iconos de DC comics.

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Gracias a un entramado de cables, detonadores y material explosivo, el asesino convirtió su apartamento en una trampa mortal para cualquiera que se atreviera a entrar. Los artificieros tardaron más de 24 horas en desactivar el dispositivo.

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Holmes fue detenido por la policía en el estacionamiento del complejo. «No se resistió, ni si quiera forcejeó», señalaron las autoridades después del arresto.

Si después de esta locura, no entendemos lo que nos depara el destino con la libre tenencia de armas, entonces la estupides ya nos abordó por completo.

 

En Argentina, donde aún rige una legislación restrictiva y controlada por la ANMaC, el debate sobre la tenencia libre de armas vuelve a emerger, pero si se abriera esa puerta, el desastre no comenzaría en las calles, comenzaría en los hogares, en los vínculos más íntimos, donde el enojo, la desesperación o el miedo podrían encontrar en un arma cargada una salida fatal.

La sociedad argentina ya está confundida, golpeada, fragmentada, sumarle armas a esa ecuación no es seguridad, es caos, es transformar la angustia en pólvora, el dolor en disparo, y la enfermedad mental en tragedia colectiva.

Las patologías neuropsiquiátricas no se resuelven con balas, y la defensa de lo propio no puede justificar el riesgo de matar a lo que más se ama.

 

La tenencia libre de armas no es libertad, es abandono del Estado, es privatización de la violencia, es renuncia a la convivencia.
Y si queremos construir una Argentina más justa, más humana, más viva, debemos decirlo con claridad.

Las armas no tienen lugar en los hogares. La paz sí.

La violencia nunca se queda quieta. Se multiplica, se replica, se transmite. Una pistola en el cajón de una casa no es solo metal, es potencial de tragedia, nuevamente lo repito, es una provocación a la suerte, un desafío a la muerte, un falso acto de hombría que se convierte cuando menos se espera en un crimen sin retorno.

Y vuelvo a recordar que en países como Estados Unidos, donde la tenencia de armas es un derecho garantizado, la sangre corre en las escuelas, en los cines, en los supermercados.

Jóvenes enajenados disparan por ira, por abandono, por enfermedad no atendida.

Padres que creen proteger a su familia, terminan destruyéndola y la defensa personal se confunde con paranoia, y la libertad se convierte en ruina.

¿Queremos eso en Argentina?
Una sociedad crispada, sin rumbo, golpeada por el ajuste, desbordada de angustias, no necesita armas. Necesita escucha, salud mental, comunidad. Si habilitamos la libre tenencia, el desastre no será en el Congreso, será en la cocina familiar. El caos empezará en la intimidad y se propagará como enfermedad de plomo y fuego.

Una Argentina armada será una Argentina medicada, reprimida, hospitalizada, porque el arma no defiende, atemoriza, no protege, destruye, no organiza, desquicia.

Las patologías neuropsiquiátricas ya se multiplican por la angustia económica, por el abandono estatal, por la deshumanización en curso. Sumarles una Glock es sembrar muerte.

Reivindicamos una política pública basada en:

El control y restricción de armas en todos los niveles de la sociedad.

La promoción de salud mental como pilar del bienestar nacional.

La construcción de seguridad comunitaria, no individualizada.

La prevención antes que la bala, el diálogo antes que el disparo.

La defensa de la vida como principio ético del Estado.

 

No hay libertad en el gatillo. Hay caos, miedo y enfermedad.
La patria se defiende con justicia social, no con plomo.