Durante casi 400 años la inquisición española se dedicó a perseguir a los herejes que no profesaban la religión católica. Los métodos de castigo –se sabe– eran las torturas, el Potro, el Aplasta Pulgares, el Ahogado, entre otros. Había un sadismo especial con las mujeres, acusadas de brujería.

En la Argentina del siglo XXI, los inquisidores son el Poder Judicial Federal y los medios de comunicación del establishment. No persiguen una religión sino una identidad política. Y al igual que en la España de la Edad Media hay una saña particular con las mujeres peronistas.

Esta semana los inquisidores volvieron al ataque con su presa preferida, Cristina Fernández. El disparador fue una reunión de la expresidenta con un grupo de economistas, todos autorizados a ingresar a su domicilio por el tribunal que la condenó y le dio la prisión domiciliaria. Los Feinmann, los Trebucq, los Viale y los Majul se indignaron y de inmediato los jueces pusieron nuevas restricciones a la presidenta del PJ.

Cristina no había violado ninguna de las normas que le impuso el tribunal. No tuvo juicio imparcial-fue una persecución política-y de todas formas decidió aceptar las decisiones judiciales. A los inquisidores parece no les alcanzarles con que le hayan sacado sus derechos políticos, su libertad, y ahora también sus bienes. Parece que quisieran aplicarle tormentos físicos como en la Edad Media.

Como se dijo, las mujeres fueron las víctimas predilectas de los tribunales de la inquisición y algo similar pasa con las mujeres peronistas. De Eva a Cristina, pasando por militantes sociales y hasta periodistas. Las personajes claves del último proyecto de capitalismo nacional, como Julio de Vido, caen en las mismas garras.

Parece remanido volver a marcarlo, pero si realmente los indignase la corrupción deberían estar día y noche hablando de las 200 causas penales que tiene Mauricio Macri. Todas están frenadas por un Poder Judicial que tiene un código penal para el kirchnerismo y otro para el resto del mundo.

Es probable que la inquisición judicial y mediática no sea un tema que movilice masas. La mayoría de la población está pendiente de cómo llegar a fin de mes, cómo pagar la tarjeta de crédito, cómo cubrir el alquiler, cómo alimentar a la familia. Pero, aunque esa conciencia no exista, la mayoría de la población es víctima de la inquisición.

Hay algunos objetivos pulsionales: saciar el sadismo de los que disfrutan viendo el sufrimiento del otro, en especial de las mujeres peronistas. Pero hay objetivos políticos. El principal es tener una dirigencia política disciplinada. Que haya una disputa electoral para ver quién gana el gobierno, pero que una vez que se suben las escalinatas de la Casa Rosada si imponga la “racionalidad” y todos hagan más o menos lo mismo.

La batalla contra los inquisidores no es sólo para que Cristina recupere su libertad y sus derechos políticos. Se trata de que el pueblo argentino tenga la posibilidad de volver a votar a un presidente que gobierne poniendo las mismas prioridades. Se trata de que la derecha no pueda dejar asentado en la Historia que cualquier dirigente que gobierne con ese rumbo terminará despojado de todo. El pueblo argentino –lo tenga claro o no– necesita que esta lección histórica de la derecha sea derrotada.

El mensaje en parte está dirigida a los políticos, pero también busca desmoralizar a la militancia y alejar de la política a cualquier persona que sueñe con hacer algo distinto a los designios del sistema financiero internacional y las 100 familias más ricas del país.

Derrotar esta lección histórica es defender el derecho a soñar. No se trata de cualquier batalla. No importa qué tan popular sea en un momento determinado. Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo empezaron siendo un pequeño grupo de mujeres dando vueltas alrededor de una pirámide. Así hicieron historia. «