La irrupción de Milei complicó al peronismo, pero aún más a quienes lo apoyaron. El PRO teme repetir la suerte de la Ucedé. El radicalismo no encuentra su lugar bajo el sol.
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La pregunta recorre la política: ¿Le puede salir bien a Milei? El juego a todo o nada de Milei, los desconcierta. ¿Esta cerca de un estallido social que barra con su gobierno o será el primer presidente en décadas en solucionar de raíz el cáncer del déficit fiscal y abrirá así un nuevo tiempo político?
Milei es el sumo sacerdote de una iglesia extravagante. Como los alienígenas de Halo, su proyecto de teocracia libertaria juega todo el tiempo con la extinción. La propia y por supuesto, la ajena. Esa pulsión tan extrema, por momentos de una crueldad inusitada, desafía las reglas del juego y obliga a la política a preguntarse: ¿No seremos nosotros los equivocados? Hay que esperar.
La irrupción de Milei complicó al peronismo, pero aún más a quienes lo apoyaron. El PRO sigue girando en torno al dilema que Diego Santilli planteó apenas ganó la Presidencia: «Si le va bien nos absorbe y si le va mal nos arrastra, estamos jodidos», sentenció.
Macri va por el segundo tiempo de su fallido intento de coparle el gobierno. Fracasó al inicio y es posible que fracase ahora. El dilema es sencillo: ¿Quien se come a quien? «Es imposible comerse a un Presidente como Milei, el plan de Macri no va a funcionar», dice uno de los diputados que públicamente se muestra más cercano al ex presidente.
Macri tiene un problema relativo en su partido. No lo quieren. Es relativo, porque le temen. Como explicó Maquiavelo hace siglos, en política el miedo es una fuerza más potente que el amor. «Macri piensa primero en él, después en él y al final en él», explica un dirigente que está convencido que Macri logrará barrer sin mayor esfuerzo con la disidencia que le plantea Patricia Bullrich. «Ella presiona para quedarse con cargos en el partido y en el Gobierno, quiere ser parte de la negociación con Milei», agrega.
El ex presidente va por el partido para tratar de evitar que Milei le siga comiendo jugadores de a uno. «Hay que ordenar esto y la manera es empezar por el partido. Una vez que Mauricio lo controle, el acuerdo será con el PRO y será el partido quien defina quienes van a ocupar cargos en el gobierno», se ilusiona un funcionario que lo acompaña en esa tarea. ¿Y si no lo obedecen y aceptan cargos igual? «Los echamos del partido». Mmmmm.
Macri cree que está cerca de conseguir que Cristian Ritondo se quede con la presidencia de la Cámara de Diputados. Con la caída de la ley ómnibus Martín Menem entró en zona de riesgo. Sino fuera por la relación que une a Lule Menem -su mentor- con Karina Milei, ya se habría caído. La hermana del Presidente, ahora como entonces, fue quien le puso un freno a Macri. «No entregamos ministros ni a Martín Menem», dijo. Mmmmm.
Como sea, el PRO sabe que está en riesgo de extinción. El temor de ser la Ucedé de Milei no los deja dormir. Caminan sobre el filo de un cutter. Ya sabemos que no existe el oficialismo crítico. El problema no es apoyar al Gobierno, el desafío es como lograrlo sin perder la identidad política. Macri busca la fórmula para hacer inseminación artificial, sin mezclar los cromosomas. Difícil.
En el extremo, si el año que viene van con listas unificadas, en el PRO no descartan que Macri compita por una banca de senador por la Ciudad, para no entregar todas las cabezas de listas y ahí sí sellar su declive. En provincia, aceptan, podría encabezar la boleta de diputados Victoria Villarruel. Una «paridad» mentirosa, pero mejor que desaparecer.
Milei se plantó de manera supercontundente sobre el gasto. De hecho, es el primer presidente monotema. Todo el resto no le importa, al punto que ni se molesta en nombrar los funcionarios. «Si llegamos a fin de año en equilibrio fiscal y con la inflación bajando, Milei va a decir yo pare este tren que venía a doscientos kilómetros por hora, evite la híper. Y ese es un argumento potente para la elección», especula una diputada de Macri.
El gobernador tucumano Osvaldo Jaldo es peronista, pero piensa parecido. Cree que Milei será una fuerza formidable en las legislativas del año próximo y en consecuencia tantea una nueva alianza en su provincia que incorpore radicales y otros ex Juntos como Domingo Amaya. Busca pisarle la marca a Ricardo Bussi, usado y descartado por Milei, como hizo con tantos protolibertarios. Pesa en ese tanteo de Jaldo la interna con Manzur, pero no deja de ser un dato político. Pero el riesgo de fuga en el peronismo, hasta ahora no pasó de ahí.
Cristina le dijo a Milei que estaba para charlar sobre privatizaciones y equilibrio fiscal. Disparó mil conjeturas. «A ella le preocupa más un gobierno de Villarruel sostenida por Macri, que Milei y su círculo de delirantes», afirman en el Senado. «Quiere detonar la alianza de Milei con Macri», especuló Clarín, muy interesado en que esa alianza no detone. Puede ser. Pero tampoco hay que descartar lo evidente: Cristina es peronista. ¿Cuándo para el peronismo fueron un problema las privatizaciones o el equilibrio fiscal?
«Nene, la única comisión importante es la bicameral de privatizaciones», le dijo un viejo senador peronista al radical Maxi Abad, cuando este le comentaba entusiasmado el trabajo que imaginaba en la comisión de acuerdos que integra, encargada de revisar pliegos de jueces, embajadores y altos mandos militares. Realpolitik al palo.
Si el PRO está complicado, a los radicales sólo los puede salvar el fracaso de Milei. La tercera posición que imaginan, con peronistas republicanos -si es que eso existe-, Larreta y alguna cosa más, es como encontrar un buen bife de chorizo en Madrid. Cristina trazó una línea y dijo: «Acá está la oposición». Macri, aún malquerido, entiende que el único lugar que le queda es el de oficialista. Los radicales están mutando, muy enredados, de la oposición dialoguista a la oposición no dialoguista.
A la gente suelen gustarle las historia sencillas: Milei es el gobierno, el peronismo la oposición. Eso se entiende. Y no se trata de un debate teórico, se trata de buscar una posición política para pedir el voto el año que viene.
Ahora. Y este es un gran ahora. A Milei le puede ir mal, le puede ir muy mal. Ser presidente en Argentina es como ser un helado parado en avenida Garay al mediodía en verano. Todo asfalto y sin árboles. Todo conspira para derretirte.
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