«Vamos Alberto, es linda esa foto juntos», el grito del diputado Marcelo Casaretto atravesó el recinto apenas Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner se sentaron en el estrado para dar inicio a la apertura de sesiones parlamentarias. Presidente y vice sonrieron, era la primera vez en nueve meses que se mostraban juntos y el recinto, que desde diez minutos antes era un bullicio de abrazos y saludos, empezaba a reflejar la tensión que rodeaba a les Fernández. Afuera del Congreso, las paredes estaban empapeladas con carteles que decían o «Alberto2023» o «Sin proscripciones Cristina presidenta» y, si bien a nadie se le escapó un pronunciamiento -excepto a la oposición, que ya sobre el final de la sesión, empezó a cantar «Alberto presidente»-, más de un legislador oficialista aguardaba nervioso a ver quién hacía el primer guiño. No pasó y, pese a la desconfianza que impera en el Frente de Todos, la bancada oficialista aprovechó el griterío opositor al final del discurso para cerrar filas, aunque sea brevemente, en contra de la Corte Suprema. Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz miraban fijo al frente, impertérritos.
Temprano a la mañana, el clima en el recinto era otro. A la derecha del hemiciclo, les diputades del kirchnerismo no paraban de llamarse para sacarse fotos. «Vení, vení», le decía María Rosa Martínez a Pablo Carro y a cada nuevo legislador que iba ingresando. Alejados del jolgorio oficialista, en el centro del hemiciclo se habían ido ubicado senadores peronistas del flamante bloque «Unidad Federal». El jujeño Guillermo Snopek hablaba con su nueva aliada Alejandra Vigo, mientras sus ex compañeros de bancada se ubicaban en un pequeño corral adelante de todo. La senadora riojana Clara Vega, que cada vez se muestra más oficialista que opositora, charlaba alegremente con ellos. En el centro del hemiciclo, un poco más arriba, se iban ubicando legisladores de los bloques «del medio». Graciela Camaño discutía con Mario Leito porque estaba sentada en la silla que usualmente ocupa él, entre Florencio Randazzo y Alejandro «Topo» Rodríguez.
Las bancas de la izquierda estaban empapeladas con carteles. «Alberto, entre los bancos y los jubilados elegiste a los bancos», decía la de Myriam Bregman. Justo al lado, con cara de pocos amigos, Javier Milei y Victoria Villarruel miraban el bullicio sin hablar con nadie. Un poco más a la izquierda conversaban les senadores radicales Luis Naidenoff y Carolina Losada, recientemente comprometidos. Juntos por el Cambio había decidido participar de la Asamblea Legislativa y el objetivo era evitar el escenario de fractura del año pasado, cuando el PRO se levantó y dejó solos a la UCR y la Coalición Cívica. La única banca vacía, en efecto, no era de la oposición: Máximo Kirchner nuevamente había decidido pegar el faltazo.
A las 11, el primer grito: «Vamos Cristinaaa», festejó Eva «Higui» De Jesús -la mujer injustamente acusada de homicidio por defenderse de una violación grupal-, desde uno de los palcos cuando ingresaron CFK, Cecilia Moreau y Claudia Ledesma Abdala. Por primera vez en la historia, tres mujeres presidían la Asamblea Legislativa. «Tengan en cuenta el cupo masculino también», bromeó José Mayans, luego de tomar la palabra para celebrar la presencia de las tres autoridades femeninas y convocar a las comisiones que irían a recibir al Presidente.
Palabras y gestos
Tal como dicta la tradición, CFK fue a recibir al Presidente en la explanada del Congreso. El saludo fue breve, frío y, desde ese momento, la vicepresidenta hizo lo posible para no tocarlo ni mirarlo. Cecilia Moreau, en el medio de la frialdad de les Fernández, se veía obligada a hacer de interlocutora entre ambos: un abrazo de CFK por un lado, un guiño con el Presidente por el otro. Ya arribados al recinto, la expresidenta mantuvo el gesto adusto a lo largo de todo el discurso del mandatario. No aplaudió en ningún momento.
En un discurso de casi dos horas, en el que Fernández hizo un largo repaso de su gestión, la primera parte transcurrió en un sopor silencioso. El Presidente iba hilvanando números y datos y les diputades, lentamente, se iban amodorrando. Martín Tetaz tuiteaba que había llevado un «contador de mentiras» y, con la computadora abierta, iba cuestionando cada declaración de Fernández a través de las redes sociales. No era él único: María Eugenia Vidal, Cristian Ritondo, Fernando Iglesias (quien, en un momento, directamente le dio la espalda al Presidente para ponerse más cómodo) también aprovechaban, celular en mano, para criticar al mandatario en las redes.
Hasta que llegó el momento de la mención al fallo de coparticipación porteña y fue como una descarga de electricidad. «La Corte Suprema aseguró con una cautelar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires recursos coparticipables que no le corresponden contrariando la ley de coparticipación vigente», empezó a decir Fernández y comenzaron los chiflidos. A la izquierda del estrado, donde se encontraban los gobernadores, peronistas como Sergio Ziliotto y Raúl Jalil aplaudían, mientras que Horacio Rodríguez Larreta negaba, serio, con la cabeza. «Sinvergüenzas», empezó a gritar como un desaforado Fernando Iglesias. «Es un honor que me insulte, Iglesias», le respondió Fernández, entre los aplausos de la bancada oficialista. En ese momento, Martín Lousteau y el resto de los legisladores porteños de Evolución abandonaron el recinto. El PRO, sin embargo, se quedó sentado esta vez. Cristian Ritondo y Silvia Lospenatto eran, incluso, los que más gritaban.
«Soy orgullosamente porteño», prosiguió Fernández, mientras los gritos iban escalando. El Presidente continuaba hablando pero el discurso ya casi ni se entendía por los gritos y los insultos. «Se van», cantaba Maxi Ferraro (Coalición Cívica), haciendo un gestito con la mano. «Dejen de mentir», gritaba, enajenada, Sabrina Ajmechet. En un punto, Iglesias, que no paró de insultar al Presidente durante 10 minutos, se levantó y abandonó el recinto (entre los aplausos oficialistas).
El FdT, mientras tanto, tuvo también su propio despertar: empezó a aplaudir cada crítica del Presidente a la Justicia y el párrafo dedicado a la condena a CFK y a su inhabilitación política fue celebrado con un rugido por todo el recinto. Juliana Di Tullio, que había estado observando atenta pero sin hacer ningún gesto de apoyo, empezó a asentir.
«El accionar de la Corte nos obligó a llevar adelante un juicio político», sostuvo, luego. Tanto Horacio Rosatti como Carlos Rosenkrantz, que estaban ubicados a la derecha del estrado, miraban al vacío, impasibles ante las acusaciones que iba encadenando el Presidente. Ese fue, sin embargo, el momento en que todo se desmadró. Les diputades del Interbloque Federal, como el «Topo» Rodríguez o el santafesino Enrique Estévez, abandonaron el recinto, manifestando su desacuerdo con el juicio político a los supremos. Y desde JxC empezaron a cantar: «Borombombom, borombombon, para Alberto, la reelección”. Así siguieron hasta el final, buscando provocar al resto del oficialismo. «Acá lo trágico es que no cantó nadie en la bancada oficialista», ironizó un senador radical.
Luego de dos horas, entre gritos y aplausos, Fernández finalizó el discurso y se retiró junto a CFK y Cecilia Moreau. La despedida entre el Presidente y su vice fue igual de fría que el recibimiento. En el FdT, sin embargo, celebraron el reencuentro. «Esto nos sirve mucho, Cristina, estuviste muy bien», le dijo un diputado a la vicepresidenta. «Gracias», sonrió ella.
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