Siempre se corre el riesgo de que el autoritarismo se incorpore como parte del paisaje, que se encarne en las personas hasta que se vuelva costumbre, que sea como levantarse en la mañana, poner agua en la pava, encender la hornalla y cebar un mate.

Los proyectos de restauración conservadora apuestan a cambiar las creencias y las costumbres. La idea de fondo es que de alguna manera la población puede acostumbrarse al dolor. Cuando los presidentes de la derecha local, como Javier Milei o Mauricio Macri, piden paciencia, no es porque la situación material de la población vaya a mejorar. La idea es que el paso del tiempo haga que la sociedad se acostumbre. Por ejemplo: que los argentinos abandonen su histórico hábito de comer carne de vaca y se pasen al arroz con granos y huevos. Una dieta más parecida a la de los pueblos de América Latina y Asia. ¿De dónde sacan los obreros de la construcción o las cajeras de supermercado de este país que pueden alimentarse como en Alemania?

En el plano político pasa lo mismo. Hay que recordar todos los días que en la Argentina de Javier Milei hay presos políticos. Y hay una detenida –Cristina Fernández– que simboliza lo que quedó tras las rejas: la libertad de elección, la posibilidad de mejorar la vida de las mayorías, la soberanía nacional.

En la batalla por la proscripción y encarcelamiento de Cristina hubo una pequeña victoria popular. La prisión domiciliaria se consiguió por la movilización masiva que se produjo el 18 de junio, que desbordó la Plaza de Mayo y sus alrededores. Los jueces del Tribunal Oral Dos, presidido por Jorge Gorini, dictaron la domiciliaria 24 horas antes para tratar de desactivar la manifestación. No ocurrió. El Poder Judicial es otro terreno de la lucha política. A la presión del Grupo Clarín, que a través de sus periodistas pedía una humillación, se antepuso la movilización.

Llevar a CFK a prisión hubiera sido un obsequio para Héctor Magnetto pudiera servirse un whisky esa noche, sentarse en un sillón, y mientras hiciera girar el vaso con los hielos pensara que había consumado su venganza y le había dado una lección histórica a los políticos argentinos sobre los límites que no pueden cruzar. Una parte de la lección fue contrarrestada.

Esa batalla es parte de una disputa larga que tiene un sólo final aceptable: que Cristina esté en libertad y recupere todos sus derechos políticos.

Además de una democracia cercenada, la prisión de CFK implica un retroceso de la soberanía nacional. Las prácticas imperiales de Estados Unidos han resurgido con fuerza por la disputa con China y Rusia por la hegemonía del planeta. El flamante embajador de EE UU en Buenos Aires, Peter Lamelas, dijo en su presentación ante el senado norteamericano hace dos meses que uno de los objetivos de su trabajo diplomático sería garantizar que Cristina siga presa. El otro sería hablar con los gobernadores para evitar que cierren acuerdos con empresas chinas. “Eso trae corrupción”, dijo, casi guiñando un ojo para que quede claro que quien haga negocios con los chinos será acusado de corrupto y perseguido por el poder judicial.  Sobre eso conoce bastante Gerardo Ferreyra, de Electroingenieria. Estuvo más de un año preso durante el macrismo por ser aliado político de los Kirchner y socio de empresas chinas.

La supuesta lucha contra la corrupción es un instrumento geopolítico. Quedará demostrado una vez más cuando la famosa Causa Libra termine en la nada.

Algunos dirigentes peronistas siguen poniendo energía para ser los elegidos de la embajada. Es el caso, entre otros, de Guillermo Moreno. Ha hecho de la crítica a los chinos y los elogios a Trump uno de los ejes centrales de su discurso. Está bien. El peronismo, como partido de Estado, tendrá que sacar al país del desastre en que volvieron a hundirlo las 100 familias para las que gobierna Milei. Necesita preservar sus puentes con Washington, Beijing, Moscú. Ahí están los que gobiernan el mundo. Europa es sólo el mayordomo de Washington.

Simplemente no hay que olvidar que CFK está presa por la presión del gobierno estadounidense. Al menos hay que tenerlo anotado en un costado de la libreta, mientras siguen las gestualidades para tender puentes y preparar el terreno para el momento en que este aquelarre que es el gobierno de Milei se termine y haya que reconstruir la Argentina.

Son 100 días de una detención que muestra que el país está viviendo bajo una democracia tutelada y que sufre el avance de una potencia extranjera que pretende decirle al pueblo argentino a quién tiene derecho a votar como gobernante. La liberación de Cristina será la recuperación de la democracia plena y un acto de soberanía nacional. «