La motosierra no es salud. “La lucha es salud, compañero, y este gobierno nos quiere calladitos, con las defensas bajas, sumisos frente al vaciamiento. Acá estamos para defender la salud del pueblo, que no se vende, se defiende”, sentencia Joaquín, trabajador del Hospital Fiorito de Avellaneda, en la vanguardia de la multitud que se amucha sobre Avenida de Mayo, cerca del Parlamento enjaulado y la jauría de mastines de la ministra Bullrich desatados.
“¡Atención, atención, atención! ¡Estamos defendiendo la salud de la Nación!”. Las gargantas poderosas se hacen escuchar en la tarde siberiana del jueves porteño. Médicos, enfermeros, psicólogos, asistentes sociales, administrativos y pacientes de a pie lastimados por la motosierra mileísta se preparan para peregrinar desde Congreso hasta Plaza de Mayo. El diagnóstico es clarito: “El ajuste mata”.
Guadalupe es residente del castigado Hospital Bonaparte. Salta con sus cumpas bajo un cartel que reza: “Esenciales ayer, desfinanciados hoy”. La galena se arrimó desde el olvidado sur de la ciudad: “desde el año pasado nos vienen castigando sin respiro. Intento de cierre, freno de ingresos, faltan insumos, recortes y más recortes. Quieren privatizar, así entienden a la salud. Si podés pagar, seguís con vida”.
El día a día de los médicos, dice la muchacha, es insalubre: “precarización, peores condiciones de trabajo, que cada vez es más. Ni te cuento cómo llegan los pacientes. La crisis, la falta de plata, de trabajo, la realidad desde que llegó Milei al gobierno es una pandemia. El tema es que hace cinco años éramos esenciales, ahora somos desechables”.
La salud pública y el empleado del sector privado
Los carteles que elevan al cielo las columnas cuando cruzan la 9 de Julio denuncian al ajustador serial Mario Lugones, ministro de la fantasmal cartera sanitaria del régimen liberal derechoso. “Es un empleado del sector privado, que piensa a la salud como un negocio. Además, miente, miente y miente para desprestigiar a la salud pública, para justificar la destrucción de los hospitales, pero la marcha demuestra que el pueblo está con nosotros, los que ponemos el cuerpo todos los días para curar”, explica Sergio, residente de un hospital de San Vicente.
Hijo de un panadero, el muchacho sabe que la salud pública es un derecho del pueblo trabajador: “para ellos somos un gasto, el pueblo es un gasto. No hay políticas públicas, o sí, este gobierno impulsa la necropolítica, la motosierra es muerte”.
Desde Esquel se vino Gimena a la marcha. Se gana el pan como docente y da cátedra en defensa de la salud pública. Asegura que es fundamental para los compatriotas que viven en las provincias olvidadas de la patria: “las obras sociales no dan abasto y las prepagas son para los millonarios. Los hospitales nos salvan la vida”. Gimena sostiene que el presidente no vio a un hospital público ni en fotos: “Por eso los vacía, porque no sabe de las necesidades del pueblo. Milei vive en Narnia”.
«Como el tango, el Hospital Bonaparte siempre te espera». Miguel tatuó el cartel a mano. Jubilado, de la mínima, siempre agradecido a los galenos que lo atienden en el hospi: «no te dejan nunca a gamba. Estuve con hernias, me hicieron mil estudios de de todos los colores, estaba medio estropeado, pibe, pero en el Tornú siempre me cuidaron, y ahora ando fenómeno. Mirame, protestando con 87 pirulos, codo a codo con los laburantes, les debo mi salud».
Al despedirse, agita otro cartel con un mensaje dedicado para el loco de la motosierra: “Garrahan, con el Ángel de la guarda, NO”.
Sueldos de hambre y un hospital al límite
En el Garrahan cura Paula Pedernera. Desde la Plaza de Mayo colmada, la pediatra, especialsita en desarrollo, mira en silencio la apagada Casa Rosada, nido del régimen libertario. Cuenta que la situación en el hospital está al límite.
El centro pediátrico, referencia mundial en la materia, agoniza por los recortes, la expulsión de profesionales y los salarios de miseria: «Se van los profesionales, gente muy valiosa y formada, porque los sueldos son de hambre. Los pacientes siguen bien atendidos, pero no sabemos hasta cuándo. Milei y Lugones van a ser los responsables, ni siquiera se acercan a los hospitales».
A unos pasitos, cerca de la pirámide de Mayo, una mamá y su hija, paciente del Garrahan, muestran un cartel a las cámaras: «Médicos, enfermeros y pacientes éramos la casta».
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