La democracia no sólo se juega en las altas esferas del poder nacional, sino que se construye y se tensiona cada día en los pasillos de los concejos deliberantes. Allí, donde las calles tienen nombre, donde los vecinos son rostro y memoria.
Por Jesús Marcelo Delise: [email protected]
¿Qué dice de una democracia cuando su representación se fragmenta en intereses personales y el debate colectivo se sustituye por estrategias de posicionamiento? El caso de Pilar, con su oficialismo consolidado y una oposición atomizada, ofrece una postal reveladora de los desafíos que enfrenta la política local.
El oficialismo de Achával, llega a esta elección con una doble apuesta: sostener su mayoría legislativa y proyectar su gestión como capital simbólico, más allá de los nombres propios. La figura del intendente, con una imagen positiva consolidada, se convierte en el eje de transmisión de esa “marca de gestión” que el peronismo buscará traducir en votos.
Por otro lado, el mosaico opositor con bancadas unipersonales y alianzas en tensión revela un escenario fragmentado, donde la unidad parece más una consigna que una realidad. La posible confluencia entre el PRO y La Libertad Avanza, podría reordenar el mapa, pero también corre el riesgo de acentuar contradicciones internas.
Federico Achával ha consolidado un liderazgo basado en una gestión que busca transformar barrios históricamente postergados. Esta lógica de gobierno puede mostrarse como ejemplo de una política de cercanía, en contraposición a una oposición dispersa que prioriza las maniobras hacia el 2027 más que el presente legislativo.
El intendente Pilarense, ha hecho de la gestión territorial una herramienta política y social. Las intervenciones urbanas en barrios como La Escondida, donde se construye el Centro Comunitario Papa Francisco, no sólo mejoran la calidad de vida, sino que reivindican la presencia del Estado como vehículo de dignidad. Esta praxis no se limita a lo material: promueve una identidad pilarense basada en la inclusión, la comunidad y la recuperación del tejido barrial.
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La dispersión en seis bancadas unipersonales revela más que diferencias ideológicas: muestra una política centrada en lo individual y en la especulación, debilitando el potencial de una oposición robusta y coherente.
Los ediles cuyos mandatos terminan el 10 de diciembre accedieron a sus bancas en las elecciones intermedias de 2021. Ese año, el Frente de Todos, nombre que aún identificaba al frente peronista, obtuvo el 45,18% de los votos.
José Molina, Juan Pablo Trovatelli –actualmente, presidente del HCD-, Liliana Ruiz, Manuel Torres, Marcia González e Iván Soria. Incluso varios de ellos habían sido suplentes en las elecciones en las que fueron candidatos y accedieron al cargo por licencia de los titulares, una jugada habitual del actual oficialismo. De hecho, el único titular de la lista de ese año que sigue en el Concejo es José Molina. Los otros cinco pidieron licencia, la mayoría de ellos para acceder a un cargo en el Ejecutivo Municipal.
Muchos concejales llegaron por un partido y al poco tiempo pidieron licencia para asumir cargos ejecutivos. Este fenómeno erosiona la confianza ciudadana en la representación directa. Se puede subrayar que el Concejo debe ser un espacio donde la política se encarne en el territorio, y no solo una estación de paso.
La batalla por las bancas no debería reducirse a un juego de sillas partidarias, sino ser una disputa por proyectos de comunidad. Pilar, con su vitalidad política y social, tiene la oportunidad de volver a hacer del Concejo Deliberante una herramienta de transformación real.
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