La victoria categórica de La Libertad Avanza, redefine el mapa político y obliga a una lectura clara, esto no es solo un cambio de siglas en el congreso, es un terremoto en las expectativas colectivas sobre el papel del Estado, la verdad pública y la supervivencia de los consensos democráticos básicos.
Por Jesús Marcelo Delise [email protected]
Argentina acaba de atravesar una elección legislativa que no solo reconfigura el Congreso, Sino que desnuda el alma de una época con el 40,84% de los votos a nivel nacional y un triunfo en la provincia de Buenos Aires con Santilli a la cabeza.
Mi diagnostico personal, diría que la elección cristaliza una contracultura política que ha ido acumulando rancor, desinformación y desdén por las formas institucionales, ese voto no es únicamente protesta económica; es desconfianza activa hacia las políticas públicas, las redes mediáticas convencionales y los protocolos republicanos que regulan la convivencia. El resultado demuestra que la resignación y la rabia pueden articularse en una maquinaria electoral eficaz y que las instituciones pueden quedar descolocadas cuando pierden el monopolio de la agenda pública.
La Libertad Avanza, no solo ganó bancas, tambien ganó con el relato, ganó con el miedo y el marketing del castigo, los palos a los viejos, el deprecio a la salud pública, el exterminio de los discapacitados, y la estocada mortal a la educación pública.
Riesgos concretos
Cuando la política triunfa por la vía del espectáculo y la confrontación permanente, las normas se convierten en obstáculos a sortear, y claro, no son garantías a respetar, más bien abre la puerta a decisiones que privilegian la eficacia simbólica sobre la solvencia técnica.
La narrativa que minimiza la importancia de la salud, la educación y la planificación colectiva histórica, coloca a esas políticas bajo amenaza pragmática y estética, la fragilidad social se agranda cuando el Estado deja de ser un sostén y se transforma en botín retórico.
La victoria alimenta una lógica de suma cero, ganar implica anular al otro, en ese clima, el disenso deja de ser un método y se convierte en puntería, con consecuencias reales para la deliberación y la gobernabilidad.
El éxito electoral de discursos que apelan a verdades simplificadas, legitima la economía política del rumor y la posverdad, distorsionando lo que debe ser asunto público verificable y debatible.
Entonces ¿hace falta ponernos tan serio y filosofar ante esta realidad contundente que nos dice, la democracia es el único sistema eficiente del cual debemos confiar?
¿Aceptemos que la gente, vota una coca a 5500 pesos y un kilo de pan a 4500, vale decir, el que no puede que se joda?
¿La entrega de nuestra riqueza al poder financiero global, la fantasía de que Argentina puede ser una provincia yaqui, sin historia, sin memoria, sin pueblo, es el verdadero cambio?
Argentina indudablemente se juega la sola posibilidad de pensar políticas públicas como tareas colectivas de largo plazos, se juega la capacidad de interpretarnos como una comunidad con responsabilidades compartidas, se juega la preservación de un espacio público donde la evidencia pesa más que el aplauso y donde los derechos no se negocian según la conveniencia del momento, se juega la dignidad de lo instituido frente a la dictadura del impacto instantáneo.

Claro que es imprescindible reconquistar la política, claro que es imprescindible participación local, el control social y la demanda de transparencia, pero tambien es importante entender que la defensa de lo público no es un ritual, es trabajo diario.
Quizás por eso siempre estoy en la espera de un periodismo más comprometido, ya que volver a la repregunta, a la verificación y al contraste sistemático es más que necesario, la neutralidad cobarde alimenta la impunidad del discurso fácil y no tengo dudas que es lo que viene perjudicando el sueño de una argentina más equilibrada y justa.
Articular propuestas concretas, demostrables y capaces de hablarle a la urgencia material de la gente sin renunciar a la coherencia institucional, más que una necesidad es una obligación colectiva que debemos ponerse en práctica con urgencia.
Si me preguntan a mi: hoy no solo ganó Milei. Ganó Donald Trump. Ganó el algoritmo, ganó el espectáculo, ganó el odio vestido de libertad, ganó el show donde Santilli promete pelarse en el programa del Gordo Dan, ganó la política como reality, mientras los hospitales se vacían y los docentes se hunden.
Pero no todo está perdido. Porque también hay una Argentina que no votó eso, una Argentina que sigue creyendo en la salud pública, en la educación como derecho en la justicia social y claro que tiene un fuerte horizonte.
Esa Argentina necesita que el peronismo despierte, se unifique, se escuche, y confié en que puede volver a ser un faro.
Está muy claro que no alcanza con indignarse, hay que organizarse, y no pensar solo en resistir, es nuestra obligación como parte de esta comunidad construir memoria activa.
Estas elecciones no fueron otra cosa que un diagnóstico que exige respuesta urgente, o rearmamos una política capaz de recuperar la confianza mediante justicia social, institucionalidad y verdad pública, o aceptamos la textura autoritaria del aplauso masivo.
Gobernar no es ganar un titular; gobernar es sostener la red que nos permite vivir juntos, y claro, si la sociedad no asume esa tarea, la democracia seguirá siendo un título en riesgo.
Esta editorial es un llamado a los que aún creen, a los que aún luchan, a los que aún escriben, enseñan, curan, cuidan, a los que no votaron látigo, a los que no votaron olvido.
Porque si el presente es de los que ganaron, el futuro será de los que no se rindan.


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