Este domingo, mientras el país se prepara para elegir representantes legislativos, una sombra se cierne sobre las urnas: el ausentismo. Según un informe del Observatorio de Calidad Institucional de la Universidad Austral, la participación ciudadana podría caer al 65%, marcando un récord de ausentes desde el retorno democrático en 1983. No es solo una cifra: es un síntoma.
Por Jesús Marcelo Delise [email protected]
La democracia, que supimos conquistar con sangre y memoria, hoy parece tambalear en su legitimidad de origen, más de un tercio del padrón podría no votar. ¿Qué significa eso en un país donde el voto es obligatorio? ¿Qué dice de nosotros que uno de cada dos ciudadanos en distritos como Chaco, Santa Fe o la Ciudad de Buenos Aires haya decidido no participar en las elecciones provinciales de este año?
Marcelo Bermolén, autor del informe, lo llama por su nombre: desconfianza, apatía, rebeldía. No contra la democracia, sino contra su representación. Las urnas vacías no son silencio: son grito, son la expresión de una ciudadanía que ya no cree, que se siente estafada por el espectáculo político, por la promesa incumplida, por la repetición de lo mismo con distinto nombre.
Desde 2013, la participación viene cayendo, no importa si se vota con boleta partidaria, única de papel o electrónica.
El problema no es el instrumento, es el vínculo roto, y ese vínculo se rompe cada vez que el poder se aleja de la gente, cada vez que la política se convierte en marketing, cada vez que la repregunta se calla y el periodismo se arrodilla.
El informe también revela otra constante: la “regla del castigo”. En 9 de las 11 elecciones legislativas desde 1985, los oficialismos perdieron votos respecto a la presidencial previa, solo Néstor Kirchner en 2005 y Mauricio Macri en 2017 lograron revertir esa tendencia, el resto, incluso los que ganaron, lo hicieron con menos apoyo, y cuando la oposición creció, el cambio de gobierno fue inevitable.
Hoy, en este octubre de incertidumbre, el voto parece convertirse en plebiscito, no sobre candidatos, sino sobre el rumbo. Sobre la distancia entre el discurso y la realidad, Sobre el precio del pan, la dignidad del trabajo, la salud pública que salva vidas sin pedir credenciales.
Si el ausentismo se confirma, si el voto castiga, si la política no escucha, entonces esta elección será más que una jornada cívica: será un espejo, y en ese espejo, quizás veamos lo que somos, lo que fuimos, y lo que aún podemos ser.

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