La palabra populismo es una deformación barata de las esencias democráticas, una degradación a la hora de describir quién es el pueblo y cuál es el camino que ha decidido tomar.
Por Jesús Marcelo Delise [email protected]
Cuando un grupo de hombres y mujeres unido por una historia, por los arraigos que lo han visto nacer, que los han hecho parte de una gran nación son atacados con la palabra populismo, esos ataques no son otra cosa que una sinfónica desafinada que trata de etiquetar lo que somos y lo que seremos, pero que está lejos de tener el poder de hacer desaparecer nuestras raíces.
El “populismo” es una deformación que se ha usado para deslegitimar expresiones populares de democracia, sobre todo en América Latina, donde el pueblo suele organizarse desde la memoria, la necesidad y la dignidad.
La palabra “populismo” ya no significa lo que alguna vez insinuó.
En el discurso dominante, ha sido vaciada, criminalizada, transformada en insulto, se ha utilizado para atacar gobiernos elegidos, movimientos sociales, y expresiones culturales que nacen del subsuelo de las naciones. Pero detrás de ese término desviado, degradado, se esconde un miedo profundo, el miedo al pueblo organizado.
Cuando los sectores concentrados del poder no logran digerir la decisión popular, etiquetan, llaman “populista” a cualquier modelo que reconozca que la democracia sin justicia social es solo formalidad.
Llaman “populismo” a lo que sostiene derechos, a lo que construye presencia estatal, a lo que ponen al ser humano, por encima del mercado.
Esos ataques no tienen música, como dije al comenzar, son una sinfonía desafinada que busca silenciar lo que resiste, pero no hay etiqueta que borre la raíz, no hay palabra que pueda contra la historia vivida por millones.
Hay palabras que no nacen rotas, pero las quiebran quienes las usan para dominar. “Populismo” es una de ellas. Lo que alguna vez describió una conexión directa entre líderes y pueblo, hoy funciona como el sello fácil con el que el poder etiqueta aquello que lo incomoda: la organización popular, la defensa del Estado, la memoria encarnada en millones de vidas que no aceptan arrodillarse ante el mercado.
Cuando un grupo de hombres y mujeres, unidos por la historia, por sus arraigos, por los dolores y las resistencias de una gran nación, decide caminar con convicción, el poder no puede derrotarlos con argumentos, entonces opta por degradarlos con palabras, y aparece la palabra “populismo” a lo que es identidad. “Populismo” a lo que es derecho. “Populismo” a lo que es herencia viviente.
“Populismo no es insulto. Es el nombre que inventaron para lo que no pueden entender, para lo que no saben amar, para lo que nunca lograrán domesticar.”
¿Cuándo nació la idea de populismo?
El término populismo tiene raíces en el siglo XIX, con dos movimientos fundacionales:
- Narodnichestvo (Rusia): intelectuales que “iban al pueblo” para despertar conciencia campesina contra el zarismo.
- People’s Party (EE.UU.): agricultores pobres que denunciaban el dominio de las élites económicas y políticas.
Desde entonces, el populismo se ha manifestado en múltiples formas, de izquierda, de derecha, autoritario, democrático, nacionalista, redistributivo, Etc.
En América Latina, se asocia a líderes como Perón, Eva duarte,Vargas, Cárdenas, Chávez, Correa, Lula De Silva, Múgica, Evo morales, Nestoir kirchner, Cristina Fernández de Kirchner entre otros. Ernesto Laclau lo definió como una lógica política que articula demandas insatisfechas en torno a una figura que interpela al “pueblo” frente a una “élite”.
En Argentina, lo nacional-popular no es una etiqueta, es una tradición política, cultural y emocional. Es sin dudas el peronismo en sus distintas variantes, encarnando esa identidad.
- Redistribución del ingreso
- Derechos laborales
- Educación pública
- Soberanía económica
- Presencia del Estado como garante de justicia social
Lo nacional-popular no es homogéneo ni estático. Tiene tensiones internas, contradicciones, y momentos de ruptura. Pero su núcleo es claro, la política como herramienta de inclusión y dignidad.
El gobierno de Javier Milei ha decidido convertir el término “populismo” en un significante negativo, asociado a:
- “Zurdos de mierda”
- “Basura del socialismo”
- “Modelo empobrecedor”
- “Casta política”
En su discurso en la CPAC, Milei afirmó: “Hay que ganarles a los zurdos y terminar con la basura del socialismo”. También dijo: “Esto se trata de poder, y si no lo tenemos nosotros, lo tienen los zurdos de mierda”.
Este uso del lenguaje, no busca debatir ideas, sino deslegitimar identidades. Al meter en la misma bolsa al kirchnerismo, al peronismo, a la izquierda y al populismo, se borra la historia, se niega la diversidad, y se construye un enemigo abstracto que justifica el ajuste, la represión y el desmantelamiento del Estado.
¿Qué está en juego?
La disputa por el sentido.
Si el populismo es solo una mala palabra, entonces lo nacional-popular queda reducido a una caricatura, pero si lo recuperamos como tradición de lucha, de organización, de memoria, entonces se vuelve herramienta.
Hoy, el gobierno de Javier Milei se sostiene sobre un discurso de odio disfrazado de verdad.
No gobierna con ideas, gobierna con exabruptos, no construye política, genera enemigos, y entre sus enemigos elegidos está siempre el mismo cuerpo, los zurdos que hay que exterminar, el populismo que hay que ridiculizar, el peronismo que hay que proscribir.
Lo que llaman “populismo” es mucho más que un estilo de gestión, es la organización popular, es la conciencia de clase, es la memoria encendida de los que no se resignan.
¿Y los que llama “zurdos de mierda”? ellos son los que defienden el pan, la ciencia, la cultura, la soberanía, la educación y la calle.
Y claro, el peronismo no es una fecha ni una sigla, sino un pulso que no muere, aunque lo condenen.
El insulto repetido “populistas”, “zurdos de mierda”, no tiene la fuerza de la historia, y la etiqueta no alcanza para borrar los logros, las luchas, los gestos de dignidad que siguen vivos en cada barrio, en cada trabajador, en cada madre que cocina en la olla popular.
Quieren exterminar un sentimiento, pero lo que late no se mata, el odio no alcanza cuando del otro lado hay organización, el desprecio no sirve cuando del otro lado hay historia, y por eso, no solo quiero interpelar, También quiero advertir, porque cuando la realidad flota, ni los gritos ni los posteos pueden hundirla.
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