La Escenografía del Poder: Entre el Show,  la Indiferencia y la incoherencia

Entre la puesta en escena y la realidad que golpea a millones. Y Conan una excusa para el disiplinamiento.

El mastín inglés, también conocido como Mastiff, es un perro grande y musculoso, reconocido por su carácter noble, tranquilo y protector. Son perros leales, cariñosos con su familia y, a pesar de su tamaño, suelen ser dóciles con los niños. Su naturaleza alerta y protectora los convierte en buenos perros guardianes, aunque necesitan una socialización temprana para evitar problemas de comportamiento.

 

Por Jesús Marcelo Delise [email protected]

La escena del presidente con su perro Conan en un acto solidario el vestido con un mameluco de YPF y acompañado por su hermana y rodeado de cámaras, se presenta como un momento de sensibilidad, pero contrasta brutalmente con las decisiones políticas que afectan a los más vulnerables.

Interpelar a la coherencia no es un gesto que está demás, todo lo contrario, los contrastes con la que nos tiene acostumbrado el gobierno nos dejan muchas veces sin palabras y fuera de foco a la hora de comprender la locura humana.

En lo personal, amo a los animales, tengo cuatro perros y dos gatos y siempre digo que nadie me sale a recibir como lo hacen ellos cuando llego a mi casa. Ellos no te piden mucho, un poco de comida, agua y un lugarcito calentito para echarse y con solo eso, no solo serán felices, sino que te regalaran su corazón.

El problema es que Carlitos, le pega a los viejos y después va al fondo y acaricia al perro y la película, tranquilamente podríamos llamarla, «Carlitos en fondo es bueno»

¿Vetar leyes de emergencia para ciudades devastadas por inundaciones? ¿Cómo donar un millón de pesos, una cifra menor en el contexto del presupuesto presidencial, mientras se recortan medicamentos oncológicos, se desfinancia la salud pública y se deja a los jubilados sin acceso a lo básico?

Karina Milei reveló que echó a una persona por llamar cosa al perro Conan e incomodó al conductor de NeuraLa hermana del Presidente, reveló una anécdota de campaña. «Vino una persona y me dijo ‘¿Dónde querés poner esa cosa?’. Yo le dije ‘vos estás afuera de esta reunión y no trabajás más conmigo’. No solo lo echamos de la reunión, sino que lo echamos. Nunca más volvió»,

La anécdota del conductor que dice «no me hagan sentir temor» y la reacción de la hermana del presidente refuerzan una atmósfera de disiplinamiento simbólico, donde el poder no solo se ejerce con decisiones, sino con gestos que buscan marcar territorio, imponer respeto o miedo, incluso en un espacio que debería ser de solidaridad.

Y lo más inquietante, el uso de Conan como símbolo. Un perro viejo, visiblemente incómodo, expuesto a un entorno estresante, convertido en emblema de una narrativa que mezcla afecto, misticismo y poder.

No es el animal el problema, sino la instrumentalización emocional de su figura, mientras se ignora el sufrimiento humano más urgente.

Los verdaderos dramas del país quedan a la intemperie:

Niños que con hambre y un gobierno que no ejecutan acción algunas en materia de planes sociales.

Jubilados que no pueden acceder ni a un corte de carne.

Enfermos oncológicos sin medicamentos.

Discapacitados sin contención.

El Garrahan cobrando salarios de miseria.

Inundaciones sin ley de emergencia porque fue vetada con frialdad.

El presidente dona un millón de pesos. Cuatro o cinco bolsas de alimento balanceado. ¿Está mal? seguro que no, pero ¿es eso suficiente para silenciar todo lo demás? Para los medios, el gesto vale una narrativa; para el pueblo, apenas una propina.

No se trata de despreciar el amor por los animales porque lo compartimos sino de denunciar la incoherencia emocional de un relato presidencial que se conmueve por «los de cuatro patas» mientras ignora la desesperación de los de dos piernas.

La hermana del presidente habla con tono expulsivo: «Eso no se dice. El que lo dijo, nunca más volvió». ¿Es esa la nueva diplomacia? ¿Una administración donde el error semántico se paga con el exilio laboral? Hay algo inquietante en esa lógica de poder: una mezcla de misticismo, show, frialdad y castigo. Un orden simbólico que no perdona grietas en la escenografía.

Interpelar a la coherencia no es un gesto que está demás, todo lo contrario, los contrastes con la que nos tiene acostumbrado el gobierno nos dejan muchas veces sin palabras y fuera de foco a la hora de comprender la locura humana.

Abuelos que todos los miércoles son castigado de la forma más indignante, no tienen para comer, buscan muchas veces un pedazo de pan en los tachos de basura, y lo peor, se mueren porque no pueden pagar sus remedios esos que mejoran al menos por un instante la calidad de vida.

Enfermos oncológicos, discapacitado, o simplemente niños que no toman una taza de leche desde hace mucho tiempo.

Ayer veía por TV como la policía maltrataba a hombre y mujeres en situación de calle, y claro, ya no es show es desprecio por la vida, es abrazar la estupidez, porque miren, yo amo a los animales, pero por sobre todas las cosas, amo al hombre.

Lo cierto es que ahí estaba Conan, viejo, agotado, confinado en un set artificial, convirtiéndose en símbolo de algo que va más allá del animal,  pasa  por la instrumentalización del afecto como distracción de la crueldad estructural.

No es un problema de mascotas, es un problema de prioridades,
no es un tema de amor, es un tema de poder.
no es contra un perro, es la coherencia, es alejarse de la estupidez y poner prioridades donde hay que ponerla.

Amamos a los perros, aunque Conan en un set de TV nos miraba y su incomodidad era la fiel imagen de nuestra ignorancia.

Viví el temor y el frío del Jefe»