Diariolamuynegra

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El día en que advinimos antifascista

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Por Lila María Feldman

En un libro pequeño que es un alegato y cuyo título es una brújula, La palabra contraria, Erri De Luca escribe:

“Cuando era niño me convertí en anarquista tras la lectura de Homenaje a Cataluña de George Orwell. Elegí mi papel en esa edad, que contiene todas las posibilidades. No he modificado los sentimientos de aquella adhesión. La literatura actúa sobre las fibras nerviosas de quien se topa con el azaroso encuentro entre un libro y su propia vida. Son citas que no pueden reservarse ni recomendar a los demás. A cada lector le corresponde la sorpresa ante la repentina mezcla entre sus días y las páginas de un libro.

Orwell no me conmovió ni un ápice con su novela 1984, donde inventó el personaje de Gran Hermano, citado de forma inapropiada por un programa de televisión. En cambio, alteró la orientación de mi vida con los anarquistas españoles de la guerra civil, en la que él fue combatiente voluntario.

Podría ser que en mi educación emocional napolitana estuviera ya la predisposición a la resistencia contra la autoridad. Podría ser que la ciudad que tenía a mi alrededor haya tenido que ver para inculcarme fraternidad, más que los bolcheviques rusos, con los anarquistas españoles.

Homenaje a Cataluña fue la primera piqueta plantada en mi tienda, que ha acampado siempre fuera de todo partido y parlamento…

…así introduzco lo mejor que puedo la acusación utilizada en mi contra: la instigación. Instigar un sentimiento de justicia, que ya existe pero que aún no ha encontrado las palabras para expresarse y por lo tanto para hacerse reconocer. Y que obliga a levantarse de repente y a dejar el libro porque la sangre se te sube a la cabeza, te pican los ojos y ya no se puede seguir leyendo.

Acercarse a la ventana, abrirla, mirar hacia fuera sin ver nada, porque todo lo que está ocurriendo se halla en tu interior.

Respirar profundamente para sentir junto al oxígeno la circulación de una voluntad nueva.

Empezar a ser aprendiz de justicia nueva, que se forma desde abajo y choca contra la justicia, totalmente diferente, que se sienta en el banco de un tribunal.

Instigar, como me ocurrió a mí con Homenaje a Cataluña de Orwell.

Frente a esta instigación a la que aspiro, esa otra por la que se me incrimina no es nada…

A un escritor le toca en suerte una pequeña voz pública. Puede usarla para contribuir a algo más que a la promoción de sus obras. Su ámbito es la palabra, de modo que le corresponde la tarea de proteger el derecho de todos a expresar la suya propia. Entre ese todos incluyo en primera fila a los mudos, a los enmudecidos, a los presos, a los vilipendiados por los medios de comunicación, a los analfabetos y a los que, como nuevos residentes, conocen poco y mal la lengua.

Antes de tener que inmiscuirme en mi caso, puedo decir que me he ocupado del derecho a la palabra de los demás”.

Instigar. Sí, este texto, estas palabras tecleadas para este Diario, se proponen instigar, porque también ellas han sido instigadas. Confabular instigaciones como la que imaginamos con nuestros cuerpos en la marcha antifascista y antirracista. ¿Cuáles acontecimientos son capaces de alterar nuestra orientación en la vida? ¿Cuáles sucesos se abren como un libro ante nosotros, o convendría decir en nosotros; cuáles eventos nos abren como si fuéramos libros que demandan ser reescritos, porque alteran nuestro sentido?

Milei es el nombre que precipitó una grieta, ya no partidaria sino ética, entre fascistas y antifascistas. El silencio en tiempos de fascismo es complicidad. La neutralidad, como si tal cosa pudiera existir, es complicidad.

Ser o advenir antifascistas es ocuparnos del derecho a la palabra de los demás, antes que cualquier otra cosa. Instigar e instigarnos a hacer de las palabras artefactos vivos, piedras preciosas capaces de volver a pensar el mundo de nuevo. Creer fervientemente en que el presente y el futuro pueden ser reescritos, como si fueran literatura. Inteligencia artesanal, como la inteligencia con la que se fabrica una marcha, una multitud humana que respira por sí misma, una multitud que nos resucita.

Una marcha es una instigación colectiva, una potencia desatada de lo ya pensado y de lo ya visto u ocurrido. Una marcha es la inminencia de lo porvenir y de lo inaudito.

Un orgullo que se enuncia con el cuerpo.

Leo a Erri De Luca hoy, así como leo el libro argentino, libro vivo que se compone de marchas y que es –a su vez–  un modo posible de narrar nuestras vidas, y pienso que leer, esa actividad que no tiene nada de “mental”, es una guía para vivir.